A veces hablamos vulgarmente de tragarse los sentimientos, comerse un enfado… y quizá tenga un sentido más literal del que creemos.
Quizá no has oído hablar nunca (o sí) de “el hambre emocional”. Pero de lo que estoy segura es de que la has experimentado en algún momento de tu vida, o incluso la sufres a diario.
El hambre emocional aparece ante un sentimiento o pensamiento. Muchas veces de manera inconsciente.
Comemos para aliviar la tristeza, disminuir un enfado, aplacar el estrés. O lo contrario, perdemos totalmente el apetito en épocas de exámenes, por ejemplo.
No es hambre fisiológico, real. Es un hambre asociado a emociones. Y, casi seguro, este comer emocional no te lleva a buscar en la cocina una pieza de fruta, ni un yogur. Y mucho menos a cocinarte un plato de verdura. Los alimentos elegidos serán de fácil acceso y de aportación nutricional dudosa: chocolate (tableta, helado y otras variantes), galletas, golosinas, patatas fritas de bolsa, etc. ¿O no?
Os invito a haceros un “chequeo” en este sentido. A auto observaros. ¿Te ocurre? ¿Con qué frecuencia? ¿Eres consciente de ello (si devoras por ejemplo una tableta de chocolate)?… y, la pregunta más importante, ¿mejora eso tu estado de ánimo; realmente mitiga la comida esas emociones negativas?
Sara Otero (Psicóloga de Nutriciona)